viernes, 7 de febrero de 2014

Escultura Barroca en España


Escultura Barroca en España
La religión determinó muchas de las características del arte barroco. La iglesia católica se convirtió en uno de los mecenas más influyentes y la Contrarreforma, que quería combatir la difusión del protestantismo, contribuyó a la formación de un arte emocional, dramático y naturalista, con un claro sentido de propaganda de la fe. La temática tratada, por tanto, será casi exclusivamente religiosa.
En España predominan las imágenes religiosas talladas en madera (imaginería) que posteriormente se policroman. Entre los trabajos más destacados están los retablos para altares de iglesias donde aparecen figuras exentas y en bajorrelieve. Los temas mitológicos y profanos están ausentes y sólo en el ámbito de la corte se da escultura monumental.
Las características generales son: sentido de movimiento, energía, tensión, composición asimétrica con predominio de las diagonales y los escorzos, fuertes contrastes de luces y sombras que realzan los efectos escenográficos y el naturalismo.
Las figuras no son simples estereotipos, sino que se presentan de forma individualizada, con personalidad propia. Los artistas buscaban la representación de los sentimientos interiores, las pasiones reflejadas en los rostros de los personajes.
Podemos hablar de la existencia de dos grandes escuelas: la castellana y la andaluza.
Escultura Barroca: la Escuela Castellana
Centrada en Valladolid y Madrid, presenta un realismo exagerado, patético, lleno de dolor y sangre, con un profundo dinamismo y unos rostros de gran expresión, pero sin caer en vulgaridades.
Gregorio Fernández (1576-1639)
De origen gallego, se instaló en Valladolid donde creó un taller con numerosos seguidores. A través de la anatomía intenta revelar la vida interior de sus personajes. Las cabezas son enormemente expresivas. Los ropajes, de formas quebradas y ricas en claroscuro, intensifican su expresión.
En la larga serie de Cristos Yacentes se aprecia la evolución de su estilo, transformando las dulces formas manieristas en otras más naturalistas. Ejemplo, El Cristo Yacente del Pardo.
El Cristo de la Luz de la capilla de la Universidad de Valladolid muestra ya un gran realismo dramático.

Cristo Yacente. Gregorio Fernández
Realizó Vírgenes Dolorosas y también trató el tema de la Inmaculada, como las que realizó para San Francisco de Valladolid o la de San Esteban de Salamanca.
Trabajó en grandes retablos que suponen la ejecución de numerosas estatuas y relieves, como el Retablo Mayor de la Iglesia de San Miguel de Vitoria o el retablo del Convento de las Huelgas en Valladolid.
Impulsó el género procesional con varios grupos para los Pasos de Semana Santa. En ellos la composición intenta conjugar las actitudes de las diferentes figuras, logrando atrevidas visuales de escorzo y de abajo a arriba. Ejemplos: el paso Tengo Sed o el del Descendimiento.
Escultura Barroca: la Escuela Andaluza
Se extiende por Sevilla, Granada y Málaga. Huye del realismo exagerado buscando la belleza sin rehusar del contenido espiritual. El realismo se idealiza predominando la serenidad y las imágenes bellas y equilibradas con un modelado suave.
Juan Martínez Montañés (1568-1694)
Es el creador de la escuela sevillana. Su producción es casi toda religiosa. Su talla está bien modelada, sus ropajes voluminosos dan grandiosidad a la imagen y concede gran importancia a la anatomía.
La obra que revela su verdadera personalidad es El Cristo de la Clemencia en la catedral de Sevilla. Sin excesivo dramatismo, con poca sangre y aún vivo, mira hacia abajo en actitud de conversar con el devoto. Responde al crucifijo con dos clavos en los pies, pero para evitar demasiada simetría, las piernas aparecen cruzadas.
Ejecutó obras tan importantes como el Retablo de Santo Domingo, de la que sólo se conserva la estatua de Santo Domingo, que se halla en éxtasis, aunque la expresión sea de calma, de oración interior.
En el Retablo de San Isidoro del Campo, de Santípoce, en Sevilla, destaca la figura de San Jerónimo, que está visto en todo su volumen porque saldría en procesión. Su expresión llega al máximo.
Crea el tipo de Niño Jesús desnudo, delicioso y bello. El de la Catedral de Sevilla desprende ternura, colocado sobre un cojín, extiende sus brazos demandando un abrazo. Supone un acercamiento a los afectos humanos.
La Inmaculada ocupa un lugar especial en su iconografía. Para la catedral de Sevilla hace una Virgen que es una mujer joven, con el manto caído sobre los hombros, con la cabeza levemente inclinada y una pequeña sonrisa ingenua y melancólica que la dota de gran religiosidad.
Juan de Mesa (1583-1627)
Se formó como aprendiz en el taller de Montañés. Sus clientes fueron principalmente cofradías procesionales. El crucifijo es el tema más frecuente en su producción y en especial, las imágenes de Cristo antes de la muerte.
La culminación de su dramatismo está en El Jesús del Gran Poder de la Iglesia de este nombre en Sevilla. Es una imagen procesional de vestir, es la imagen sufriente y envejecida por la cruenta pasión.
Alonso Cano (1601-1667)
Fue un artista completo, pintor, escultor y arquitecto. Su producción pasa por tres momentos, sevillano, madrileño y granadino.
En Sevilla realiza el Retablo de la Iglesia de Nuestra Señora de Oliva de Lebrija. La Virgen de Oliva muestra su estilo idealizado, que aparece de forma solemne, casi hierática, recogiendo su manto en la parte superior.
Para la catedral de Granada hace una Inmaculada. Con la cabeza inclinada, abstraída, parece sobreponerse al espacio y al tiempo. El manto la envuelve en amplias curvas. Se trata de pequeñas imágenes con las que crea tipos nuevos, con un equilibrio armónico entre el idealismo y el realismo.
Pedro de Mena (1628-1688)
Es el gran maestro de la escultura en Granada y fue colaborador de Alonso Cano. Su estilo desde gran virtuosismo. Le gusta la quietud, concentrando la atención en la cabeza y las manos. Huye de la exaltación del dolor, sus rostros están levemente estilizados, sus figuras son lánguidas y contemplativas.
Dos de sus mejores estatuas son el San Francisco de la catedral de Toledo y la Magdalena Penitente para los jesuitas de Madrid. Ésta última, es una figura juvenil, llena de angustia, que sujeta con fuerza un crucifijo con la mano izquierda y con la derecha se oprime el corazón. El punto de mayor expresividad es el rostro, que da idea de inmenso sufrimiento y que proclama la contenida emoción de un arrepentimiento.
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